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Pedagogía de la esperanza, empujando el horizonte
19 | diciembre | 2019Por Claudia Korol
Cuando el horizonte se puebla de pueblo esperanzado, no sirve volar como pájaras de mal agüero, agitando sombras y malos augurios. El desafío es levantarnos más alto de nuestras historias individuales, para que el horizonte esté más allá del nivel del mar, más distante, y por lo tanto la caminata colectiva se realice con más fuerza, con mejor ritmo, con mayor alegría, buscando ser parte de la siembra de experiencias nuevas, de proyectos imposibles que se vuelvan posibles, de imaginación de nuevos caminos, de cosecha de memoria histórica, de resolución de los acertijos que el poder –incluso el popular- pone en juego.
Quienes queremos sortear los binarismos de la cultura occidental, no podemos quedar atrapadas en la camisa de fuerza de “oficialismo-oposición”. Podemos no ser ni unes ni otros. Podemos elegir el terreno en el que levantamos nuestras voces, y tal vez hacerlo desde el lugar despreciado siempre de los territorios, del abajo y a la izquierda, de la autonomía y el poder popular. Y esta elección, no es para juntar las piedras que se disparen siempre hacia un mismo lado, sino para levantar con esas piedras nuevos espacios de encuentro, de organización, para fortalecer la autogestión, la autonomía. Para afianzar el poder de las de abajo, de les olvidades de siempre. Para no quedarnos en el sillón incómodo de la sobrevivencia cotidiana, sino para juntar las fuerzas necesarias que nos permitan inventar una nueva vida, el buen vivir, y para ello desorganizar la violencia estatal, paraestatal, empresarial, patriarcal, colonial, capitalista. Para que como diría Allende la cordillera, el Salvador, que no era un dios sino un tipo coherente, más temprano que tarde se abran las grandes alamedas, y caigan los sistemas de opresión, explotación y muerte. Para que caigan con nuestro empuje, como lo vienen haciendo los cabros y cabras encapuchadxs de la primera línea.
Cuando el horizonte se puebla de pueblo esperanzado, nos acordamos de las lecciones de esperanza que nos dio el compañero Paulo Freire, con su pedagogía que nombraba la esperanza como un ejercicio activo de organización del pueblo, como una necesidad ontológica de las revoluciones. Porque decía el viejo Paulo, que ningún pueblo se lanza a la lucha si no existe esperanza. Por eso, por construir esperanza, se ganó el odio de los bolsonaros que le temen aun después de su partida, y lo llaman de energúmeno. Como si una descalificación posmortem pudiera quitarlo del corazón porfiado de su pueblo.
Cuando caminamos entre los pueblos esperanzados, pensamos también en el compañero Pichon Riviere, que nos habló de planificar la esperanza. Porque la esperanza no la depositamos ni en dios, ni en un ícono del pasado o del presente, ni siquiera en los que nos prometen en las elecciones el oro y el moro, ni en quienes buscan convencernos que todo se resuelve en el cuarto oscuro. La esperanza seguirá estando en la capacidad que logremos de encontrarnos e ir creando el mundo nuevo a cielo abierto, enfrentando las protestas del mundo viejo que no quiere perder privilegios, ni pagar un miserable impuesto que se reste de sus súper ganancias.
Hacemos camino al andar, sin detenernos ante las rejas del templo, de la catedral, enfrentando a los pastores y curas violadores, a los fundamentalismos religiosos y políticos, que pretenden controlar nuestros cuerpos y vidas y se atreven a pisotearlos. Ni vale que después se suiciden como Lorenzos acobardados. Al poder eclesiástico que participa de golpes de estado y de acciones patriarcales y racistas, hay que quitarles financiamiento, apoyo del Estado, medios de comunicación, y sobre todo el poder de manipulación del sentir popular.
Cuando el horizonte se puebla de pueblo esperanzado, no vale olvidarse de las amenazas, de las de los históricos golpistas, y de los criminales que gozan de impunidad. Por eso no nos callamos cuando vemos en los gobiernos y gabinetes o en los sofás en cómodos diálogos, a los Solá, a los Scioli, a los Duhalde, a los Reutemann, a los Gerardo Morales, y a tantos más. El asesino eres tú. El violador, Alpervich, eres tú. Y nuestros corazones laten Santillán, laten Kosteki, laten Luciano Arruga. Laten también con los pueblos que lanzan gritos desgarrados: No a la Mina, el Agua vale más que el oro, no nos fumiguen.
Cuando el horizonte se puebla de pueblo esperanzado, las feministas bailamos en las calles, cantamos en las plazas, agitamos los pañuelos verdes, las wiphalas, todos los pañuelos de las rebeldías. Bailamos acá y allá, rompiendo fronteras, danzando con el cuerpo colectivo de un feminismo plurinacional, rebelde, creativo, diverso.
Nos preparamos. Para rescatar y cuidar a cada niña abusada, para multiplicar las infancias libres, para denunciar al violador y al asesino –porque no es punitivismo terminar con la impunidad-, para educar a niñes, adolescentes, jóvenes, en nuevos modos de encontrarse, para destruir las redes de trata y de prostitución, para asegurar los derechos a la vida, a la libertad, de todas las mujeres, jóvenes, niñas, niñes, travas, trans, disidencias. Para que en los comedores populares, en las ollas comunitarias, en las huertas colectivas, aprendamos a enfrentar el hambre y a crear soberanía alimentaria. Para que nuestras colectivas feministas y movimientos populares, no se ahoguen en un vaso de agua contaminada de impotencia, ni sean coptados por el poder –cualquiera sea-. Y cuando decimos coptación, no hablamos de ocupar uno u otro espacio en la institucionalidad de los gobiernos, sino de renunciar a las demandas históricas para acceder a ellos, o de negociarlos frente a las políticas que nos relegan desde esos lugares.
Nos preparamos. Para que la alegría riegue las semillas no transgénicas. Para que la libertad deje de ser un cuento, y se abran las puertas de las cárceles superpobladas de pobres, de migrantes, de excluídes. Para que las revoluciones se revolucionen, para que las esperanzas se organicen. Para que todas, todes, todos, empujemos el horizonte posible hasta el horizonte necesario de la libertad.
18 de diciembre. A 18 años del ¡Ya Basta!