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Neurociencias: el corazón late también en el cerebro

12 | julio | 2016

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Un nuevo estudio de investigadores argentinos, que auscultó en detalle cómo el cerebro monitorea en forma continua los estados internos del organismo, vuelve a respaldar una idea que desde hace mucho se intuye y que avalan cada vez más las evidencias científicas: que no existe una dualidad mente/cuerpo. Es más: el trabajo, que se publica en Philosophical Transactions of the Royal Society B, la revista científica más antigua de la humanidad, en la que se dieron a conocer trabajos de Newton y Darwin, entre muchos otros, sugiere que hay una vía regia, una autopista de doble mano, entre el cerebro y el corazón.

“La filosofía de la ciencia se preguntó alguna vez, a través de un experimento mental, si un cerebro despojado de cuerpo y alimentado a través de tubos podía seguir existiendo -cuenta Agustín Ibáñez, coautor del trabajo y director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (Incyt, de triple dependencia: Conicet-Ineco-Favaloro)-. Hoy sabemos que el cerebro no es un órgano pasivo que sólo responde a estímulos externos, sino que depende más de los estados corporales de lo que nos habíamos imaginado».

Partiendo de la idea de que usamos la memoria de nuestros estados corporales al tomar decisiones en situaciones ambiguas, es decir, con poca información, los investigadores del Incyt combinaron diversos métodos neurocientíficos para analizar la “interocepción” cardíaca, que es la capacidad que todos tenemos de monitorear los estados internos del corazón.

“En gran parte, la interocepción es inconsciente -explica Ibáñez-, por eso influye en procesos que también son inconscientes. Lo singular del caso es que distintos experimentos sugieren que cuando la certeza es muy baja «decide» el corazón: si una categoría ambigua está sintonizada con el latido cardíaco, tendemos a elegir ésa.”

En este trabajo, la bióloga Indira García-Cordero y el psicólogo Lucas Sedeño, de 27 y 29 años, respectivamente; el neurocientífico Adolfo García, y colegas de varios centros (entre otros, de la Universidad Adolfo Ibáñez, de Chile) trabajaron con cuatro conjuntos de pacientes.

Uno de ellos estaba integrado por personas que habían sufrido un accidente cerebrovascular en regiones frontales y en la “ínsula”, una estructura ubicada sobre la superficie lateral del cerebro; el segundo, por pacientes con demencia frontotemporal; el tercero, por personas con mal de Alzheimer, y el cuarto fue el grupo control.

El radar interno

Empleando múltiples técnicas, los investigadores pudieron analizar en estos sujetos tres niveles de la interocepción: la percepción, el aprendizaje y la metacognición (o “facultad de advertir” este proceso). Y lo hicieron pidiéndoles que realizaran tres tareas sencillas: que trataran de sentir y seguir el ritmo cardíaco presionando un botón, que lo escucharan con un estetoscopio y luego volvieran a seguir sus latidos sin ayuda y, por último, que indicaran con cuánta precisión habían sido capaces de seguir los latidos.

De los resultados surge no sólo que las áreas cerebrales encargadas de monitorear señales cardíacas, aprender de ellas y reflexionar al respecto (estados internos) abarcan también circuitos como la emoción, la cognición social y la conciencia, sino también que los mecanismos que registran nuestro mundo interior se superponen con los que llevan el control de nuestra relación con el exterior. Bajo la lupa de la ciencia, cuerpo y mente están inextricablemente vinculados.

“Mostramos que los sistemas que sirven para aprender a detectar y para monitorear los estados internos dependen de áreas cerebrales que también intervienen en el aprendizaje y el monitoreo de los estímulos externos”, destaca Ibáñez.

Estos hallazgos adquieren aún mayor relevancia si se tiene en cuenta la hipótesis sostenida desde hace algunos años de que la percepción y la autorregulación de los estados corporales pueden influir en cómo percibimos y nos desempeñamos en el mundo exterior.

“Hay muchos indicios de que cuerpo y mente son parte de una misma cosa -dice García-. Por ejemplo, si uno ve películas con contenido emocional positivo, aumenta un componente de la comunicación corazón/cerebro (el heart evoked potential o HEP, algo así como un «gritito cardíaco» que se modula por la atención). Por otro lado, hay experimentos que muestran que si uno entrena su capacidad interoceptiva, mejora también en la toma de decisiones. Por ejemplo, una investigación midió en corredores de la bolsa cómo detectaban el latido de su corazón. Sugestivamente, los que obtenían mejores puntajes eran también los que tenían más años en ese trabajo y los más exitosos.”

“Tal como indican las actuales hipótesis, ése es un contexto en el que hay que tomar decisiones con alta incertidumbre y donde influirían estos mecanismos que tienen que ver con una suerte de aprendizaje corpóreo-emocional”, agrega Sedeño.

Implicancias clínicas

El trabajo local también tiene implicancias clínicas. Por primera vez, los científicos pudieron demostrar que personas con déficits neurológicos tienen dificultades para la interocepción.

“A todos los pacientes les iba peor que a los que integraban el grupo de control -detalla Ibáñez-. Y además pudimos comprobar que la interocepción no depende siempre de la «ínsula», una de las áreas más involucradas en la percepción corporal, porque en personas con Alzheimer los déficits se asociaban con el hipocampo y otras estructuras vinculadas con la memoria. Esto quiere decir que para ser conscientes de nuestros estados internos necesitamos conjugar información de múltiples áreas del cerebro.”

En lo que se refiere específicamente al corazón, los investigadores observaron que tiene una comunicación expréscon la ínsula: encontraron que la capacidad de percibir los propios latidos está relacionada con un proceso cerebral muy rápido (en torno de los 250 milisegundos) que se genera inmediatamente después de cada latido.

Según explican, cuerpo y cerebro tienen una dinámica bidireccional. “Un ejemplo sorprendente es el siguiente -ilustra García-: todos sabemos que cuando nos sentimos bien, sonreímos moviendo músculos relacionados con las emociones positivas. Sin embargo, se vio que lo inverso también es cierto: mover las comisuras de la boca hacia arriba -expresar el gesto de la sonrisa- puede hacernos sentir mejor. Dicho en términos más académicos: modulamos estados anímicos internos induciendo los correlatos corporales de esa emoción.”

“Al abordar tres modelos de lesión a través de precisas técnicas de imágenes (que brindan información espacial del cerebro) y métodos electromagnéticos (que nos informan sobre la temporalidad de los procesos cerebrales), este estudio supone un salto cualitativo en el abordaje científico de la relación corazón-cerebro -opina Facundo Manes, rector de la Universidad Favaloro-. Es una muestra de lo que la ciencia con estampa argentina tiene para ofrecer al panorama neurocientífico internacional.”

Fuente: Diario de cultura