Notas de interés
Quiénes son las científicas más destacadas del país
18 | julio | 2016María Teresa Dova, física: “A la ciencia, la elegiría una y mil veces”
Habrá quien se considere testigo de la historia por haber sido, por ejemplo, uno de los 114 mil asistentes al Estadio Azteca el 22 de junio de 1986, día en que Maradona hizo sus goles contra los ingleses. Si esto es así, qué podrá sentir María Teresa Dova, física especializada en altas energías, por haber sido testigo del descubrimiento del bosón de Higgs, el 4 de julio de 2012. No sólo eso: ella formó parte del selecto equipo internacional de científicos del detector ATLAS del Gran Colisionador de Hadrones (popularmente, la Máquina de Dios), que permitió constatar la existencia de la minúscula partícula. Es decir, fue una protagonista de ese gol del siglo XXI para la ciencia.
El bosón de Higgs es una partícula subatómica elemental presente en los primeros instantes del Big Bang, el evento que dio origen al Universo. Es por eso que, a veces, se la denomina partícula de Dios. Para determinar su existencia se construyó en Suiza la maquinaria más grande jamás diseñada por el hombre: el Gran Colisionador de Hadrones, un acelerador de partículas de 27 kilómetros de circunferencia, que entró en funcionamiento en 2008. Dova no puede evitar un brillo particular en sus ojos cuando lo recuerda: “Se me caen las lágrimas cada vez que paso por el túnel –que alberga al colisionador y a los detectores de hadrones–. El descubrimiento del bosón de Higgs fue lo más importante que pasó en mi carrera científica, de lejos”.
De Alberti a Ginebra. Fue un largo camino desde la pequeña localidad de Alberti, en el interior de la provincia de Buenos Aires, hasta la pacífica Ginebra, donde está el acelerador. “De chica tenía como hobby hacer ejercicios de matemática. A la vez, estudiaba piano. Era fanática de Bach, y quería ser concertista.” Sin embargo, a la hora de seguir una carrera, hubo que optar entre la música y la ciencia. La decisión no fue demasiado ardua: “La física tenía esa parte misteriosa que un poco me atrapó”, cuenta Dova, madre de dos hijos. Tiempo después, en 1989, cuando estaba finalizando su doctorado en La Plata, tuvo una oferta que no esperaba, y que no pudo rechazar. Tres profesores de física (“mis padres en la ciencia”) la invitaron a estudiar física experimental en el CERN (el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear, donde se construyó el colisionador de hadrones). “Ahí se puede decir que empecé la carrera experimental en física de altas energías, que es lo que hago y lo que amo y lo que elegiría una y mil veces.” Dova explica en lenguaje llano de qué se trata la física experimental: “Es preguntarle siempre a la naturaleza con un experimento. ¿De qué estamos hechos, cómo funciona el Universo? Son seguramente las preguntas más básicas que el ser humano se ha hecho en ciencias. Pero lo que hacemos es realizar estas preguntas en las condiciones más extremas. En el laboratorio CERN se producen las energías hechas en laboratorio más altas que el hombre haya podido conseguir”.
Conocimiento para todos. El trabajo de Dova no es tan ajeno a la vida cotidiana. “Nuestros instrumentos son tan sofisticados –comenta– que están en la frontera de la tecnología. Y no solo en la frontera, sino que empujan esa frontera. Necesitamos algo, y entonces empieza un desarrollo tecnológico para poder alcanzar lo que pedimos, que a su vez inmediatamente va a la sociedad.” Un ejemplo famoso, que a ella le gusta citar, es el de la World Wide Web, la red que conforma el grueso de lo que hoy es Internet. “La triple w fue creada en el CERN, cuando yo estaba en mi posdoctorado allá, casi oficina de por medio con Tim Berners-Lee, inventor del www. El lo hizo por una necesidad de los físicos de altas energías: precisábamos comunicarnos.” Bajo el mismo concepto de llevar la ciencia a la sociedad es que Dova considera que la divulgación es una obligación de los científicos. “Por eso escribí el libroQué es el bosón de Higgs (Paidós, 2015). Tenemos tan incorporado el lenguaje científico que nos parece que todo el mundo entiende lo que decimos. Después de varias charlas de divulgación uno se da cuenta de que no es así. Y lleva tiempo, no se puede improvisar.” Para terminar, Dova enumera las cualidades básicas para una carrera científica: curiosidad, creatividad y perseverancia. “A veces son décadas de búsqueda, y para eso se requiere imaginación y creatividad en los instrumentos de punta y en los análisis que hacemos”, dice.
Andrea Gamarnik, viróloga: “Necesitamos más científicas en puestos de liderazgo”.
Cuando estaba terminando el secundario, Andrea Gamarnik pensaba seguir la carrera de ciencias económicas. Era lógico, teniendo en cuenta que se iba a recibir de perito mercantil. Hay que agradecer, sin embargo, que finalmente se haya decidido por ciencias biológicas: hoy es una referente en virología a nivel mundial. Ese tipo de elecciones, en las que se evita el camino más obvio o esperable, es una constante en su vida. “Las convenciones nunca me cerraron, ¿por qué no pensar las cosas de otra forma?”, afirma, dando la pauta de que esta es, además, una de las características del científico.
Una anécdota de la escuela ilustra este pensar diferente intuitivo: “En el secundario, me llegó el turno de primer examen de balances en contabilidad. Lo hice, me daba todo bien y lo entregué, pensando que me había ido bárbaro. Cuando me dan la nota, me había sacado un uno. Le pregunté al profesor qué había pasado y me dijo: ‘Pusiste primero la columna del haber y después la del debe. ¡Al revés!’. Y yo me decía: ‘Pero, ¿quién me dijo que no podía ser de otra forma?’”. La decisión de convertirse en bioquímica, sin embargo, no surgió de la nada. Con menos de 10 años, uno de sus programas de televisión favoritos era Cosmos, de Carl Sagan. “Lo daban los domingos, justo antes de los goles del fútbol. Mis hermanos estaban ahí, relojeando que terminara Cosmos para poner todos los goles. Y a mí me encantaba Sagan, me quedaba hipnotizada viendo ese programa.”
Cómo acorralar a un virus. Algunas décadas más tarde –y después de varios años de trabajar en los Estados Unidos–, Gamarnik conformó un equipo (el Laboratorio de Virología Molecular del Instituto Leloir), con el cual realizó importantes descubrimientos sobre la transmisión del dengue. Hoy en día, desde sus inicios en 2001, el laboratorio cuenta con más de 30 trabajos publicados sobre esta enfermedad. Dos son particularmente importantes. “Uno fue de 2006. Descubrimos cómo se multiplica el virus. Cómo el material genético del virus pasa de una molécula (que es la que infecta) a miles de moléculas, para que el virus se propague. Detectamos el mecanismo molecular por el cual esto sucede.” El otro gran hallazgo es del año pasado. “Determinamos qué necesita el virus para pasar del mosquito al ser humano. Cómo cambia para poder infectar a estos dos tipos de células.” Este último trabajo fue publicado en la prestigiosa revista estadounidense PLOS Pathologist. “En 2015, para conmemorar sus 10 años, la revista hizo una selección de los 50 trabajos más importantes que se publicaron allí, y el nuestro figuró entre los seleccionados. Así que fue un orgullo también.”
El rol de la mujer. Por estos trabajos, Andrea Gamarnik recibió, en marzo de este año, el premio internacional L’Oréal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia”. Gamarnik destaca la particularidad del premio, referido a la mujer. “Creo que cumple una función de alertar sobre la problemática de género en la ciencia, cuáles son las dificultades que tienen las mujeres que quieren hacer una carrera científica. Para formar parte de nuestro laboratorio, además de ser buen científico, buen estudiante y tener un buen currículum, para mí hay que ser generoso, solidario, tener una visión de que sumar manos nunca resta. Me da mucha satisfacción tener un laboratorio donde los principios sean la solidaridad, el trabajo en equipo, tener objetivos comunes. Tanta satisfacción como investigar, que es mi pasión.” Según la experiencia de Gamarnik, estas características no eran la norma, ni mucho menos, en laboratorios de Argentina o de Estados Unidos.
Los resultados se obtenían a partir de una fuerte competitividad y una línea muy verticalista, que a ella no le atrae en lo más mínimo. Esta forma de trabajo que Gamarnik propicia en su equipo es, en su opinión, parte de lo que la mujer tiene para ofrecer a la ciencia. “Las mujeres, además de ser tan capaces como los hombres, somos más comunicativas, más maternales, la interacción con los becarios se hace desde otro lugar. Si las mujeres participaran más activamente en cargos de liderazgo, creo que eso fortalecería a la ciencia, y la haría crecer con un componente que ahora no está. La diversidad siempre mejora, enriquece. La ciencia se está perdiendo de las mujeres.”
Belén Elgoyhen, bioquímica: “Me llevó tiempo equilibrar el trabajo con lo familiar”.
A los nueve años, Ana Belén Elgoyhen viajó a los Estados Unidos para vivir con su familia durante un año y medio. Su padre hacía investigación en ortodoncia, y eso fue un temprano incentivo en su vocación como científica. “Me gustaba ver lo que hacía –recuerda–. Iba al laboratorio donde realizaba trabajos con su grupo, y todo el entorno me llamaba mucho la atención, al igual que los congresos, en donde presentaban sus resultados.” Sin embargo, su carrera no fue un camino directo y rectilíneo. A pesar de que siempre le interesó la biología y entender el funcionamiento de los seres vivos, cuando tuvo que elegir una carrera, además de biología, se le presentaban como opciones ingeniería y medicina.
Años más tarde, ya recibida de bioquímica, su especialización en fisiología de la audición se dio por casualidad. “Estaba haciendo mis estudios posdoctorales en el Salk Institute de La Jolla, California, trabajando en una familia de receptores que creíamos que estaban en el cerebro, y que participaban de patologías como el Alzheimer. En ese marco encontré un nuevo gen. Y resultó que no estaba en el cerebro, sino en el oído. Su función es modular la forma en que escuchamos.” Esto ocurrió en 1994 y ese mismo año regresó a la Argentina para trabajar en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (INGEBI), donde hoy dirige el Laboratorio de Fisiología y Genética de Audición. “A partir de ese descubrimiento, por casualidad, me empecé a especializar en fisiología auditiva. Y seguí con eso, porque además me encantaba.” Al poco tiempo de su vuelta al país, en 1999, descubrió otro gen asociado al primero. Descubrir un gen no es algo de todos los días: es como encontrar una aguja en un pajar del tamaño de la Tierra. En este caso, dos agujas.
Elgoyhen reconoce el lugar que ocupan los eventos fortuitos en la búsqueda científica, incluso la suerte (“estar en el lugar adecuado en el momento adecuado”), pero esto no significa que estos avances de gran valor científico se den por sí solos, o que estén al alcance de cualquier improvisado. “A la casualidad y a la suerte hay que ayudarlas con el conocimiento” resume Elgoyhen. Y cita al químico y bacteriólogo francés Louis Pasteur: “La suerte favorece a los que están preparados”.
Un largo y sinuoso camino. Este recorrido exigente, en parte azaroso, tuvo obstáculos no estrictamente científicos; por el solo hecho de ser mujer, por ejemplo. Aunque Elgoyhen no siente, en su caso, haber sufrido discriminación de género (“creo que las cosas que no alcancé, se debieron a falencias mías”), reconoce que el sistema está estructurado de manera tal que favorece a los hombres en la ciencia. “A niveles más bajos hay muchas mujeres, y a medida que se asciende en la pirámide, en los cargos más jerárquicos, hay muchos más hombres que mujeres.” También el logro de objetivos más personales, como armar una familia, debieron acomodarse al hecho de hacer ciencia al más alto nivel. “Yo fui madre a los 39 años, y tuve un solo hijo (el adolescente Bruno). Son cosas que se postergan por cuestiones personales, pero también por la carrera. Una es como un malabarista.” Encontrar la justa medida y proporción entre la vida profesional y la personal es algo que, en estos casos, también requiere de una alta capacidad. “Cuando mi hijo nació, yo estaba muy contenta, pero a la vez sentía que no estaba ni con él ni con el trabajo. Me llevó un tiempo equilibrar esas dos cosas.” La científica se hace un momento para reconocer a la gente que la rodea: tanto el equipo de gente que conforma su laboratorio como el apoyo incondicional de su marido (“ayuda en todo”).
Ana Belén Elgoyhen tiene aspecto de mujer decidida, que sabe exactamente lo que quiere. Y lo es. A veces demasiado, según confiesa. “Mi forma de ser es demasiado perfeccionista. Lo cual es una virtud, pero a veces también puede ser el foco de un problema. Porque en ocasiones me frena para seguir adelante, y a veces soy menos arriesgada, lo cual también es un defecto, porque uno tiene que ser arriesgado en ciencia. A fin de cuentas, la perfección no existe, y termina siendo un bloqueo para avanzar. Es algo que tuve que trabajar a lo largo de toda mi carrera. Evidentemente, en parte conseguí superar este defecto, porque obtuve logros y sigo trabajando por más.”
Históricamente, Argentina enfrentó el éxodo de sus luminarias científicas. Amy Austin (ecóloga, investigadora principal del Conicet) hizo el camino inverso: dejó su Estados Unidos natal hace más de 20 años para vivir en Buenos Aires y estar más cerca de su lugar en el mundo, la Patagonia. “Comencé a interesarme cuando estaba haciendo mi doctorado en ciencias biológicas, en la Universidad de Stanford –cuenta–. Quería ir a lugares en los que hubiera ecosistemas que no hubieran sido tocados. La Patagonia me atraía por su diversidad. Empecé a trabajar allí, y la verdad es que me enamoré del lugar.” También se enamoró de un biólogo argentino. “Eso es una ventaja a la hora de equilibrar trabajo y vida privada. Viajamos juntos a congresos, por ejemplo, y eso nos da una pausa para vincular lo profesional con lo personal.” La fascinación por la naturaleza apareció desde la infancia, en la Florida. “Mi papá era ingeniero de la Boeing, pero un día decidió hacer un cambio radical, y nos mudamos a una huerta. Comíamos lo que producíamos, cosechábamos frutas, y eso me dio un aprecio por todo lo que da la naturaleza, y me despertó interés en tratar de entender cómo funciona y cuál es nuestro impacto sobre ella.” Austin se especializa en el estudio del cambio climático y de los ciclos naturales fundamentales para la vida (como el del carbono o el del nitrógeno). Uno de los momentos altos en su vida profesional fue un artículo publicado en la revista Nature en 2006 (en colaboración con Lucía Vivanco). En él analiza cómo se recicla la materia orgánica del suelo en la Patagonia, todo un misterio en una región donde no hay humedad suficiente para la proliferación de microbios e insectos, usualmente encargados de la descomposición orgánica. Austin descubrió que el Sol mismo cumplía esa función de reciclaje.
“Lo hicimos a partir de un experimento simple y barato, pero con implicancias generales para entender el ciclo del carbono. Me dio orgullo haber logrado una contribución de tan alto perfil con tan pocos recursos. Sentí que valió la pena elegir la Patagonia.”
La vocación de Bibiana Vilá por los animales ya estaba presente a los siete años, cuando veía en la tele Daktari y soñaba con ser como la hija del protagonista.Madre de dos hijos (Francisco, de 23, y Jerónimo, de 19), doctora en ciencias biológicas por la Universidad de Buenos Aires e investigadora principal del Conicet, hizo estudios posdoctorales en la Universidad de Oxford, Inglaterra. Allí comprobó la importancia del trabajo interdisciplinario, algo a lo que siempre apostó.
“En Oxford entendí que los problemas de conservación que enfrentábamos no eran problemas que los resolvía únicamente la biología. Y eso acá era pecado. Cada disciplina es un nicho, y son todos muy celosos de su propia disciplina. Entonces, en general, lo que suele pasar cuando se hace interdisciplina es que uno es sapo de otro pozo en todos lados.” Vilá se especializa en el comportamiento de las vicuñas, y trabaja en su conservación, hasta no hace mucho tiempo en peligro de extinción. Hace continuos viajes a la Puna jujeña. “La vicuña era un animal poco estudiado –cuenta–. Era un mundo por descubrir. Pocas veces se tiene la oportunidad de realizar hallazgos sobre un animal que uno sabe que va a ser el primero en anotar ese dato”.
Incluso antes de viajar a Inglaterra, y a pesar de la resistencia académica, Vilá puso en práctica ese entrecruzamiento de disciplinas, que considera tan importante: “Cuando se trata de conservar una especie emblemática, como la vicuña, ésta representa un montón de cosas, además de una especie biológica. Es un animal sagrado para la cosmovisión andina, con un altísimo valor económico y podría ser la llave para un desarrollo sustentable… Si uno realmente está atento a la concepción ambiental de la situación en la que está el animal, hay que abrir radares, escuchar otros saberes y formarse en otras disciplinas.” Esta manera de encarar la ciencia rindió sus frutos en 2003: junto con su equipo, hizo la primera captura de vicuñas para esquila en Jujuy. Recuperó técnicas ancestrales de pueblos originarios y consiguió obtener la fibra exitosamente, sin que muriera ningún animal.
Fuente: Diario de Cultura