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Editorial: Un siglo desde la Revolución

10 | noviembre | 2017

Por Claudia Korol.

Un siglo desde la revolución que conmovió a los pueblos del mundo, porque demostró que es posible salirnos del capitalismo y reinventar las relaciones sociales. Un siglo desde aquel momento en el que un pueblo, que según los muchos presagios de científicos teóricos de las revoluciones, llegaría más tarde a la meta de la conquista del poder, porque vivía hace tiempo oprimido, bajo la autoridad despótica de los zares, rompió los designios de la ciencia y se tomó el marxismo por asalto, de un trago, y ocupó también el Palacio de Invierno, intuyendo que las revoluciones son mucho más que un asalto a un palacio, pero que también son eso: la desorganización de las instituciones del poder.

Un siglo desde aquel 7 de noviembre que dio forma a la agitación iniciada el 8 de marzo, por las obreras de Petrogrado, que concretaron una huelga política de masas, con consignas contra el hambre, que cuestionaba los modos de la reproducción de la vida.

Un siglo en el que el impulso revolucionario mostró los dientes, mostró la posibilidad de concretarse en actos, y también mostró que puede caer, puede declinar, cuando se pierde la dirección, cuando se equivoca el camino, cuando disminuye la energía del pueblo y las organizaciones que alguna vez fueron revolucionarias quedan atrapadas en los laberintos de un poder burocratizado, que pretende controlar desde el Estado la vida y la autonomía del latido popular.

Recordar a las mujeres de aquella revolución, no es un capricho de quienes desde el feminismo nos sentimos animadas e identificadas con las brujas de todos los siglos. Es también poner una mirada sobre lo invisible, lo ocultado por el poder y el saber patriarcal y misógino, lo que se escapó de muchas lógicas del orden, lo que cuestionó no solamente las dimensiones estructurales de la distribución económica, sino también las dimensiones de la vida cotidiana en las que se cimienta y reproduce el orden patriarcal burgués, paridor del stalinismo de masas, de la sociedad del control y la denuncia, de la negación de todo gesto autónomo de creación heroica.

Recordar a las mujeres de las revoluciones de todos los tiempos, es pensar en la mitad de la humanidad, cuidadosamente sometida a lo largo de los siglos, pero cuidadora y conocedora de los secretos de la vida, de la fertilidad, de la agricultura, de la cocina, de la sanación, de la invención de formas de relacionarse basadas en la solidaridad de las que nada tienen. Es pensar en una genealogía de mujeres rebeldes, insumisas, frente a la sociedad en la que nacieron, pero también frente al poder que crearon desde las revoluciones mismas, y también frente a las organizaciones formadas por ese poder. Es nombrar a quienes desafiaron el orden burgués, pero también al orden que proclamándose socialista, temió romper con las lógicas patriarcales, porque les eran útiles para los designios del poder. Hablaron de amor, de libertad, del derecho a organizar otro tipo de relaciones sociales.

Un siglo después, algunas de las propuestas que formularon pueden parecernos limitadas o precarias. Pero es impactante si las pensamos en el contexto concreto en el que nacieron, y si sabemos que las mismas originaron el escándalo, y por ello fueron silenciadas, y alejadas de todo sitio de influencia. O eliminadas a través del exilio o la muerte.

Mujeres de las revoluciones. Alexandra. Rosa. Nadiezhda. Clara. Son solo unos pocos nombres con los que queremos recordar a todas, a las mujeres invisibles del 8 de marzo. Las que nos animan a pensar en nuevas huelgas políticas de mujeres, de carácter internacional, para el 8 de marzo pasado y para todos los que sigan. Mujeres que nos conmueven en su audacia, en su amistad, en su fuerza y en su debilidad. Mujeres de Octubre. Las brujas que nos acompañan en cada vuelo libertario.