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Guantes de mujer, tormenta al patriarcado

22 | marzo | 2016

Sadaf-Rahimi2

Por: Patricio Barrio

“No quiero ponerme límites en mi vida”. Sadaf Rahimi tiene los pómulos largos, los ojos circulares y el pelo tenso por un pañuelo oscuro con detalles blancos, sobre la cabeza. Ojos negros, que acoplan con el color de sus cejas y brindan esa combinación característica de las miradas nacidas en medio oriente. Tiene las manos cubiertas por gotas de agua y unas vendas llenas de cortes. Marca la bolsa de arena azul con el brazo izquierdo y aplica con el derecho. En sus piernas, la danza más eléctrica, provocadora y desafiante. Porque le hace frente al conservadurismo más extremo. Con un par de guantes rojos, sinvergüenzas, balancea su cabeza y la apoya entre sus dos manos para pelear contra los prejuicios patriarcales.

Sadaf vive en uno de los peores lugares que tiene el mundo para ser mujer. Afganistán es un país en donde las mujeres se limitan a cuidar la casa y educar a sus hijos. Miles de ellas dejan de estudiar para casarse por obligación a los 14 años. El régimen talibán, derrocado en 2001, se caracterizó por el maltrato al género femenino y, si bien las condiciones mejoraron, todavía está muy vigente una matriz machista que lastima a las afganas.

«El pañuelo lo llevo cuando no entreno. Vivimos en un país conservador». Con 19 años, y 60 kilos, Rahimi salta la soga y trota bajo la visión de Agha Gul Alamyar, su técnico. Entrenar es un desafío constante para una sociedad donde el boxeo femenino es tabú. Pero aunque la popularidad de su historia en un lugar con tanta carga de tradiciones puede traerle problemas, ella tiene algunos conceptos muy claros: “El miedo en Afganistán es una constante y si te dejas llevar, te paraliza”.

La historia de Sadaf parece sacada de un guión ficticio que emula la historia de una heroína. Porque se entrena en el Estadio Ghazi, donde los talibanes realizaban sus más atroces ejecuciones entre los años 1996 y 2001. Allí fue donde un espectador, bajo la modalidad de cámara oculta, tomó registro de un asesinato que recorrió el mundo. Zarmina, una mujer que mató a su marido violento, fue liquidada de un tiro en la nuca con un kalashnikov bajo la mirada fría de un pueblo quieto. En ese mismo suelo, tantas veces pintado de sangre, Rahimi descarga sus golpes más rebeldes unos 16 años después.

Su amor ciego al boxeo surgió en una tarde frente a un televisor. Descubrió la existencia de Laila Ali, boxeadora hija del legendario Muhammad, y confirmó su cariño después de ver a Mike Tyson en acción. Gracias al incentivo de Salima, su madre, empezó a entrenar con 13 años a la par de su hermana Shabnam en un equipo de boxeo femenino que había surgido hacía poco tiempo en Afganistán.

Pero el coraje de Sadaf junto con el estímulo familiar, no significa que no tenga miedo. Nacida en una familia de clase media perteneciente a la etnia Tayika, ha tenido que pelear con sus seres queridos. “Al principio estaban en contra. Mis allegados se preguntaban por qué boxeaba, pensaban que debería ayudar en las tareas de la casa y cocinar. Mi tía sigue oponiéndose». Su papá, un taxista conocedor del riesgo que trae romper las tradiciones en el país, no vio con buenos ojos esta aventura, aunque más tarde la aprobó con creces. Los trayectos al colegio secundario y los viajes para el a entrenar, desde entonces, se hicieron interminables para sus padres.

En el documental Boxing For Freedom, realizado por Silvia Venegas y José Antonio Moreno, Shabnam confesó que su padre había recibido varios avisos de que sus hijas iban a ser asesinadas. Salima, su madre, decide dar su testimonio en el film, pero con su cara a oscuras. “En Afganistán hay muchos enemigos”, dijo acompañada por una voz fina, nerviosa y rápida.

Después de llevar seis años en el ring, Sadaf demostró ser la mejor de su país: ganó tres medallas de bronce en competiciones regionales. Pero está detrás de un sueño común a muchos deportistas que todavía no logró golpear: los Juegos Olímpicos. En 2012 mintió sobre su edad para poder aceptar la invitación de los organizadores del certamen disputado en Londres, pero la Federación Internacional de Boxeo Amateur (AIBA) no la dejó participar al creer que sus contrincantes, que entrenaban en mejores condiciones, podían generarle daños irreversibles.

Este año no va a participar en los Juegos Olímpicos que se disputarán en Río, pero sus razones son deportivas. Perdió su chance en la fase clasificatoria, disputada en Asia del Sur, con sede en India, a mediados de febrero. Si bien sintió mucha tristeza, y bronca, explicó su situación: «Estaba totalmente sola. Ningún entrenador me acompañó. No tenía ningún apoyo». La Federación Afgana de Boxeo, que tiene 20 mujeres en sus filas, no tiene la infraestructura necesaria para que sus deportistas puedan entrenar de forma profesional.

Sadaf Rahimi no solo es un ejemplo de superación y carácter por su desempeño en el boxeo, sino que además estudia Ciencias Económicas. Un motivo más para plantarse ante un modelo machista que no pretende a la mujer como protagonista en ciertos campos.

Ella tiene miedo, pero lo supera todos los días. Ahí está la hermosura de su espíritu insurrecto. Ella es un viento huracanado, para esos rincones del mundo que todavía conservan una visión hermética, machista y patriarcal de la vida. Incontrolable como el agua, le hace frente a muchos años de historia. «Quiero demostrar que no estamos obligadas a quedarnos en casa. Podemos ser iguales que los hombres». Guantes de mujer, tormenta al patriarcado.