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Desde la mañana temprano podía sentirse que en el centro de la Ciudad de Buenos Aires no sería un «jueves santo» común y corriente. Es que se cumplían 40 años del golpe de Estado más sangriento de la historia Argentina, donde la Junta Militar, en alianza con representantes de la oligarquía nacional y el claro apoyo del gobierno de Estados Unidos, sentaron las bases de un nuevo modelo productivo y económico vinculado a políticas neoliberales que trajeron desocupación, hambre, exclusión; basándose en la detención clandestina, la tortura y el asesinato de quienes militaban por un país más justo y equitativo.

Agrupaciones de Derechos Humanos, partidos políticos de izquierda, militantes, organizaciones sindicales y ciudadanos autoconvocados se concentraron en la Plaza de los Dos Congresos y fueron marchando a la histórica Plaza exigiendo Memoria, Verdad y Justicia. La multitud colmó Avenida de Mayo, pero también 9 de Julio, Diagonal Norte y todas las calles del microcentro porteño. El nunca más se vio en cada madre, cada hijo, cada nieto, cada abuela. Se sintió con los cantos, en los bailes colectivos, en las banderas. En todos los pasos firmes que desbordaron la Plaza.

La reciente llegada del Presidente de Estados Unidos, en este momento político caracterizado por la creciente desocupación -encabezada por los despidos en el Estado Nacional-, el aumento desmedido de la inflación que licua los salarios, la criminalización de la protesta social, la persecución a militantes sociales; no hizo más que avivar la llama y hacer de esta convocatoria, una de las más grandes de la historia.

No, no iba a ser un jueves santo cualquiera. Es la Plaza que le dice no a la dictadura, no al imperialismo, no al ajuste, no al achicamiento del Estado, no a las políticas neoliberales.  Es la plaza que, una vez más, exige Memoria, Verdad y Justicia.