Sábado 23 de Noviembre del 2024
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Yo tuve una hermana
6 | marzo | 2019Por: Claudia Korol
“Yo tuve una hermana que iba por los montes cuando yo dormía”. La quise a mi modo, inmensamente. Le tomé su voz, libre como el río.
Con ella reaprendí el sentido de muchas palabras que se alejaban del horizonte cotidiano: río, territorio, rebeldía, utopía, revolución.
“Yo tuve una hermana”. Nos veíamos siempre, en distintos rinconcitos del continente. En su esperanza desesperada, en mi buenos aires querido, en nuestra cuba amada, en la colombiana herida, en la venezuela bolivariana. Nos veíamos en luchas compartidas a distancia, en solidaridades que son sueños colectivos. Nos veíamos en el ¿cómo estás?, y en la conspiración de crear un mundo nuevo.
Bertha Cáceres, mi hermana, fue asesinada el 3 de marzo por el sicariato fachomacho que se multiplicó en Honduras al amparo del golpe de estado.
Muchas veces advirtió, advertimos, que su vida estaba amenazada. ¿Cómo estás, hermana? “Jodida, hermana, la represión arrecia”. Las advertencias no fueron escuchadas.
Bertha enfrentó a todos los poderes, a los que se creen dueños del mundo y propietarios privados de los bosques, de las tierras, de los vientos, de los ríos, de los pueblos, de las vidas de nuestra gente. Ella levantó su voz, e interpuso su cuerpo, para que no represaran al río Gualcarque, río sagrado del pueblo lenca. Fue presa para que no lo represaran, fue muerta para que no lo represaran. Los asesinos tienen nombre: la empresa DESA, el estado terrorista hondureño.
Bertha era mi hermana, mi compañera querida, mi amiga del corazón. Bertha tenía “tantas hermanas, que no las podía contar / en el valle, la montaña, en la pampa y en el mar”. Ella encontraba maneras de querernos, entre sus tantas revoluciones. Porque Bertha supo ser hermana, y cultivar la amistad, entre las muchas mujeres que en el mundo, se alzan contra el racismo, el machismo, la homofobia, la lesbofobia, la transfobia, el colonialismo y los crímenes del capitalismo.
Bertha Cáceres fue luz en mi vida. Me llenó de Honduras el corazón. Me envolvió en abrazos que me acompañarán siempre. Me revolucionó con sus locuras bellas y arriesgadas, como pretender en pleno golpe de estado, realizar una asamblea de movimientos sociales para pensar la refundación del país, donde se discutiera una nueva constitución y mandatos de lucha de su pueblo. O también convencerse y convencernos que se podía vencer en el cuidado y la defensa del río Gualcarque, porque “se lo habían dicho los espíritus guardianes del río”. O crear una corte popular de mujeres del COPINH, donde las mujeres lencas llegaban de sus comunidades a señalar que habían sido golpeadas o maltratadas, por sus parejas, o por sus padres, o por sus hijos, o por el Estado, o por las instituciones de salud, de justicia, de seguridad.
Ni golpe de estado, ni golpe a las mujeres, escribieron las feministas hondureñas en la historia americana. Y junto a ellas estuvo Bertha muchas veces, parando los golpes de fachos y patriarcas, hasta que unos tiros le cortaron el vuelo.
Al día siguiente del crimen, Berta cumplía 45 años. Lo iba a celebrar en su estilo, en medio de un taller internacional, que se realizaba en la sede del COPINH, llamada Utopía, donde se discutía sobre “energías renovables”. Parece una burla de la historia. Nos dejaron sin Berta, sin su energía. Y ella en ese día, se vio obligada a renacer. Porque la tarea no está cumplida. Así está ella ahora, renaciendo, sembrándose, multiplicándose.
¿Qué haremos, me pregunto, con nuestras palabras, con nuestros poemas, con nuestros cantos, con nuestras danzas, cuando nos están matando?… ¿Qué haremos cuando el arte no alcanza para frenar el tiro?
Justicia, digo. Justicia, digamos. Por Bertha Cáceres, víctima de un femicidio político, y por todas las asesinadas por ser mujeres, como canta Karla Lara, o por ser lesbianas, como la Pepa Gaitán, o por ser travestis, como Diana Sacayan.
Justicia, digo. Justicia, digamos. Por Lohana Berkins, víctima de una enfermedad que ella denunció ser secuela de la prostitución.
Justicia, digo. Justicia por Silvia Suppo, nuestra compañera ex detenida desaparecida, testigo que denunció el genocidio realizado por la dictadura en Argentina, y la violencia sexual como tortura que constituye un crimen de lesa humanidad, y fue por ello brutalmente asesinada.
Justicia por lxs 30.000 detenidxs desaparecidxs, y entre ellas por las Madres secuestradas: Azucena, María, Ester.
Justicia que es hacer las revoluciones que ellas soñaron, las revoluciones que nos faltan.
No más lágrimas, me digo.
Justicia y revolución.